Fuente: ¿Cómo aprendemos? Una aproximación científica al aprendizaje y la enseñanza. Héctor Ruiz Martín. Editorial Graó (2020).
Cuando solo tenía siete años, Wolfgang Amadeus Mozart inició con su padre una gira de conciertos por Europa que daría inicio a su leyenda. Su dominio del violín y de otros instrumentos de cuerda a tan temprana edad era sin duda algo fuera de lo común. Entre otros talentos musicales, Mozart gozaba de una habilidad extraordinariamente rara, que solo una de cada 10.000 personas posee: un oído absoluto, esto es, la capacidad de identificar las notas musicales con sólo oírlas, sin ninguna referencia con que compararlas.
Sin duda alguna, esta cualidad tan especial de Mozart nos hace creer que sus dones eran innatos. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, hoy en día sabemos que el oído absoluto no es una habilidad reservada para quienes la lleven en sus genes. Casi cualquier niño de entre dos y seis años puede desarrollarla si se somete al entrenamiento adecuado (Sakakibara, 1999; 2014)
Es probable que el don innato de Mozart para la música no fuera tan único como pueda parecer, y que su gran maestría bebiera en buena parte de su entorno. Desde que nació el padre de Mozart , Leopold, que era un experimentado compositor y profesor de música, se dedicó exclusivamente a proporcionarle formación; especialmente, claro está, en el ámbito musical. Según sus biógrafos, Leopold era un profesor estricto y exigente. Pero parece ser que el pequeño Wolfgang lo era aún más consigo mismo, por lo que llevaba su práctica aún más lejos que lo que su padre le exigía. A Mozart le fascinó la música desde su más tierna infancia, y ello lo motivó a aprender y prácticas desde bien pequeño. Probablemente naciera con cierto talento musical y con algunas otras virtudes que contribuyeron a lograr su gran destreza, como una muy buena memoria; pero no puede obviarse que fue el entrenamiento al que lo sometió su padre y al que se sometió él mismo lo que le llevó a alcanzar el cénit de la composición y la interpretación musicales. En honor a la verdad, Mozart no empezó a componer trabajos dignos de un experto hasta diez años después de empezar a practicar intensamente (Hayes, 1985)
Es importante entender que la práctica te hace mejor que ayer, la mayoría de las veces, pero puede que no te haga mejor que tu vecino.
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